viernes, 13 de noviembre de 2020

El momento de despedirse.

 Todos quisiéramos saber el momento exacto en que dejaremos este mundo, ese momento no tenemos idea de cómo ni cuándo será, eso si, debemos estar bien seguros que sucederá, para algunos antes, para otros después.

Un día, decidí ir a su casa y llevarle dos mermeladas que mi madre hace, considerando mi poco gusto por los dulces y sabiendo que Melita era amiga de mi madre decidí ir a verla con una de higo y la otra de chabacano.

Allí, entrando a su casa, por la puerta principal estaba su hijo, un hombre pequeño de cabello negro, delgado. No esperaba verlo, siendo tímida me sentí incómoda, mucho más cuando se quedó con nosotras y mientras yo saludaba a Melita el corrió por una cuchara a la cocina y descaradamente comenzó a comerse las mermeladas, está bien, el quizá se sentía muy cómodo conmigo allí al contrario de mí.

Melita, esa mujer hermosa de 82 años que se movía con la destreza de una persona de 60 o menos, que conservaba su mente intacta y lúcida. Cuantas veces me dió consejos y me contó muchas anécdotas de su juventud. Una mujer castigada por el machismo puro, golpeada, abandonada. Después de unos años aprendió que el príncipe azul puede ser también el ogro. 

— “Un día llegó borracho como casi siempre, yo estaba harta, lo observé donde escondía la pistola y la puse en otro lugar que sólo yo sabía. Ese día fue el último que me puso la mano encima, cuando lo intentó saqué la pistola y le dije: hazlo, pégame pero mátame por que si no, te juro que seré yo la que te mate a ti (Apuntándolo con la pistola) él cambió de color, se puso blanco y me decía: no Mela cuidado, cuidado”—

Si, no pude evitar soltar una risa, pero, ella vivió con eso por años. Cuantas no viven de igual forma.

No tuve la oportunidad de despedirme, un día fui a su casa y nadie nunca más salió. 

Melita mi viejita hermosa.

Mi amiga.



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